La temperatura, junto con la luminosidad, tiene un efecto determinante en el rendimiento del cultivo. Temperaturas elevadas, junto a una baja intensidad lumínica, dan lugar a un porcentaje elevado de tallos sin botones florales.
– Humedad: El lirio requiere una humedad relativa del 80-85%. Una humedad relativa demasiado elevada puede provocar la aparición de enfermedades. Los cambios de humedad relativa brucos pueden ocasionar daños en las hojas.
– Sustrato: Los suelos más idóneos para el cultivo de Lilium son suelos sueltos, con buen drenaje, ricos en materia orgánica y con suficiente profundidad (40cm), en los que el lavado de sales se realice con facilidad ya que éstos son sensibles a la salinidad.
En cuanto al pH, la mayor parte de los lirios prefieren suelos próximos a la neutralidad o ligeramente ácidos. Los híbridos asiáticos prefieren un pH entre 6 y 7, mientras que los orientales entre 5,5 y 6,5.
– Riego: Durante las tres primeras semanas, la humedad del suelo debe ser constante. Para ello, se deben evitar encharcamientos, dando riegos muy frecuentes y poco caudalosos. De este modo, la temperatura del suelo y la concentración de sales disminuyen y al mismo tiempo, se favorece la emisión de raíces. Por otro lado, las tres semanas previas a la recolección resultan críticas debido a la demanda máxima de agua.
El Lilium exige agua de buena calidad, no debiendo sobrepasar ésta 1g/l de sales totales y 400mg/l de cloruros.
En general, el riego debe ser muy frecuente y en pequeñas dosis, dependiendo éste de la naturaleza del suelo y de la tasa de evaporación. Se debe realizar a primera hora de la mañana, procurando evitar el mojado del follaje a media tarde, para prevenir así la proliferación de enfermedades.